Son Moix es un campo peculiar, sobre todo cerca de una de las porterÃas, donde un aficionado con posibles puede ver el partido desde algo parecido a una terraza de verano, con sus sombrillas y todo, pegado al córner, o, si quiere emociones más fuertes, más cerca del meollo, en una pequeña tribunita que tiene la apariencia de la plataforma de un autobús do dos pisos descapotado, como si estuviera a punto de arrancar para celebrar algo; la salvación por ejemplo, que es lo que quieren celebrar los ocupantes del autobús varado, todos vestidos de rojo.
Y es que en Mallorca se celebra casi todo, porque marcan un gol y lo festejan tres veces, aunque en dos deben tragarse después la frustración. La primera, después de la mano de Magallán que acaba en penalti que Pacheco desvÃa después del lanzamiento de Salva Sevilla. Jaleaban el gol de antemano en la grada, en la terraza, en el autobús varado, pero se quedaron con las ganas. Fue en la primera parte, en la que el Alavés comenzó alegre y desenfadado, y sin que se supiera por qué, se fue transformando en un equipo desordenado y tristón, al albur de la inspiración del Mallorca, que tampoco era la que acompañó a Velázquez mientras pintaba Las Meninas, ni mucho menos, asà que entre un equipo venido a menos y otro que no iba a más, el partido transcurrÃa entre una escaramuza por aquà y un susto por allá, todo muy deslavazado. Un remate de Budimir, en una porterÃa, una jugada de Burke en la otra, y poco más hasta que se llegó al descanso.
Es de suponer que en la caseta, los jugadores mallorquines recibieron alguna consigna, o tal vez una regañina, quién sabe, para que depusieran su actitud pelÃn indolente, y se pusieran a darle con el pico en la mina para ver si aparecÃa algún diamante, y de repente gritaron, ¡eureka!, que aquà hay uno. Y la grada, y la terraza y el autobús varado volvieron a festejar el hallazgo, la segunda vez, tras el remate de Dani RodrÃguez, después de un pase de Kubo, que habÃa recibido del Cucho Hernández. Pero el VAR que todo lo ve, apreció una ligera mano del jugador colombiano en el inicio de la acción y la alegrÃa volvió a convertirse en decepción. No era un diamante, sino el culo de una botella de pepsicola.
Asà que tuvo que ser a la tercera, nueve minutos más tarde, cuando el festejo pasó de temporal a permanente, con el Alavés viendo pasar la vida mientras Hernández remataba de cabeza un centro al área, con todo el equipo vitoriano mirando cómo Pacheco rechazaba el lanzamiento envenenado. A Cucho le dio tiempo a levantarse del suelo para volver a rematar, esta vez a la red, esta vez sin ninguna irregularidad que el VAR pudiera captar. Si no hubiera sido él, tenÃa dos compañeros con el gatillo preparado. No se veÃa ninguna camiseta visitante por los alrededores.
No fue la última celebración del Mallorca. Con un Alavés plano, sin ideas, como fuera de sitio, el equipo local aceptó el acoso final de los vascos, resistió los arañazos albiazules, que no pasaron de eso, solventó los seis minutos de alargue y festejó la victoria cuando el árbitro señaló el final. Es oro molido para el Mallorca. El Alavés salió del campo como si sus jugadores se hubiesen tragado un bocado de arena de la playa de Palma. Los ocupantes de la terraza se fueron para casa felices, los del autobús varado sintieron que el motor de la celebración parecÃa arrancar.
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