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Los Señores del Cinturón: Cómo el CMB convirtió las cuotas en un imperio sin transparencia

  • Foto del escritor: redcomarcamx
    redcomarcamx
  • hace 4 días
  • 5 Min. de lectura

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La disputa entre Terence Crawford y Mauricio Sulaimán no es un pleito aislado: es la grieta que deja ver un modelo económico que lleva décadas operando en la sombra. Detrás del glamour de los cinturones verde y oro, el CMB navega sobre millones de dólares sin fiscalización y sin rendición de cuentas. La pregunta ya no puede evitarse: ¿quién vigila a los que dicen vigilar el boxeo?


CMB, cuotas millonarias, lujos y un modelo financiero sin auditoría


La rabia de Terence Crawford al ser despojado del título supermediano del CMB no es solo el berrinche de un campeón molesto. Es la reacción de un peleador que decidió alzar la voz frente a una estructura que históricamente ha operado sin oposición: la economía paralela de los organismos del boxeo.


Todo comenzó con una cifra. Según Crawford, el monto que el Consejo Mundial de Boxeo le exigió para sancionar su combate y mantener su cinturón era “indecente”, “arbitrario” y “desconectado de la realidad”. Mauricio Sulaimán respondió como acostumbra: con tono paternalista, rodeado de su aparato mediático, intentando convertir el escándalo en un malentendido administrativo. Pero esta vez no funcionó.



Porque la pregunta que detonó Crawford no apunta solo a la justicia de la sanción, sino al corazón del negocio que sostiene al organismo: ¿de qué viven realmente el CMB y los demás entes que gobiernan el boxeo mundial?


Y sobre todo: ¿por qué nadie sabe con certeza qué hacen con ese dinero?


Cuotas disfrazadas de “regulación”


El modelo económico del CMB se basa en un principio tan simple como perturbador:los boxeadores pagan por trabajar.


Un campeón debe pagar por defender su cinturón.Un retador debe pagar para que la pelea sea reconocida.Un promotor debe pagar para que el organismo estampe su sello en el evento.Un porcentaje de cada bolsa fluye hacia las cuentas del organismo.


Ese sistema, aceptado por costumbre, no se parece a ningún otro deporte profesional. En la NBA, en la FIFA, en la MLB o en el COI, los atletas no financian a los organismos. Pero en el boxeo, la regla es al revés. Y los organismos lo saben: se aprovechan del sueño del peleador, de la necesidad de escalar en el ranking, de la presión del negocio.


Por eso el conflicto Crawford–Sulaimán golpeó tan fuerte. Porque un campeón con voz, con dinero y con prestigio decidió decir lo que tantos boxeadores silencian por miedo:los organismos funcionan como recaudadoras sin control.


El “Fondo para Boxeadores Retirados”: la gran caja negra


El CMB asegura desde hace décadas que parte de lo recaudado se destina a un fondo humanitario para boxeadores retirados. En teoría, una causa noble, necesaria y urgente.En la práctica, un misterio.


  • No existen auditorías públicas.

  • No existen informes anuales detallados.

  • No existe un padrón de beneficiarios accesible.

  • No se sabe cuánto dinero entra o cuánto sale.

  • No se han presentado balances financieros en un formato verificable.


El organismo responde con comunicados llenos de buena voluntad, fotos de entregas simbólicas y discursos emotivos. Pero nunca con números.

Si un político manejara así un fondo social, sería destituido. Si una ONG funcionara sin reportes, perdería su financiamiento.En el boxeo, en cambio, es normal.

Y mientras los dirigentes viajan en primera clase, cientos de exboxeadores sobreviven con discapacidades físicas y mentales sin apoyo institucional. La contradicción es brutal.


Un estilo de vida financiado por los puños ajenos


El cuestionamiento sobre el uso de fondos no se limita al CMB. Pero bajo el liderazgo de Mauricio Sulaimán, el organismo se ha convertido en un símbolo de ostentación: convenciones globales en ciudades de lujo, cenas, galas, transportes privados, comitivas amplias y un discurso de “familia boxística” que justifica todo.


Las convenciones del CMB parecen más un festival de élite que una reunión para resolver problemas del deporte. Hoteles 5 estrellas, salones privados, espectáculos, regalos, pasarelas de celebridades, influencers, celebridades recicladas y una estética donde el presidente se mueve como un monarca de un reino intangible.


Un reino pagado por los peleadores.

Cuando Crawford soltó la acusación de que el CMB vive como un “sultán”, la frase no fue casualidad: dentro del boxeo, esa percepción es compartida por muchos.


Poder absoluto, cero vigilancia


El problema es estructural.Los organismos de boxeo no pertenecen a ninguna federación internacional. No tienen dependencia gubernamental. No tienen códigos de transparencia. No tienen obligación de reportar ingresos. No tienen vigilancia fiscal independiente. No tienen contrapesos democráticos.


Son asociaciones privadas con alcance mundial. Su autoridad existe porque la industria decidió aceptar su autoridad.


En otras palabras: los organismos no gobiernan el boxeo. El boxeo les permitió gobernarlo.

Y hoy, quienes pagan el precio de esa decisión son los peleadores.


Los números que nadie quiere publicar


Expertos estiman —sin cifras oficiales— que cada organismo recauda entre 8 y 15 millones de dólares anuales solo a partir de cuotas. Los números podrían ser mayores en años con megapeleas.


Pero sin estados financieros, cualquier cifra es una suposición.

Las preguntas que deberían tener respuesta inmediata son simples:

  • ¿Cuánto se recauda por cuotas?

  • ¿Cuánto se gasta en operaciones?

  • ¿Cuánto va al fondo de boxeadores retirados?

  • ¿Cuánto cuesta cada convención?

  • ¿Cuántos empleados viajan?

  • ¿Qué salarios reciben los directivos?


Pero la opacidad es total.Y la industria lo permite.


Crawford encendió la mecha correcta


Esta vez, la conversación no murió. La figura de Crawford —invicto en reputación, inteligente, disciplinado y respetado— convirtió el reclamo en una exigencia colectiva.Las críticas se multiplicaron. Los medios replicaron. Los peleadores empezaron a mostrar apoyo velado.


El CMB respondió con el manual de siempre:negación, victimización, soberbia y una narrativa paternalista que intenta convertir cualquier cuestionamiento en un ataque personal.

Pero el daño está hecho. La incómoda verdad está sobre la mesa.


La vieja estrategia: estar del lado del poder


Uno de los aspectos menos discutidos —pero más relevantes— del funcionamiento histórico del CMB es su relación con el poder político. Durante décadas, la organización ha mostrado una habilidad extraordinaria para acomodarse al gobierno o líder político en turno, sin importar país o ideología.


La táctica es clara y efectiva: llevar campeones populares a visitar presidentes, jefes de Estado o figuras de gran influencia, creando un puente simbólico que beneficia al organismo mucho más de lo que ayuda al boxeador.


No son pocos los casos en los que un mandatario recibe a un héroe nacional acompañado por la dirigencia del CMB, y ese acto público se convierte en un valioso intercambio: el político gana legitimidad emocional a través de un deportista admirado; el CMB obtiene favores, respaldo institucional, presencia mediática y, en ocasiones, financiamiento indirecto.

Este juego diplomático-deportivo ha permitido que el CMB tenga puertas abiertas en gobiernos de países tan distintos entre sí como México, Filipinas, Ucrania, Estados Unidos, Panamá o Arabia Saudita. En cada escenario, el organismo se acomoda, se acerca, se fotografía y capitaliza.


¿El resultado? Una estructura de poder que no depende únicamente del boxeo, sino de mantener relaciones estratégicas que aseguren influencia, recursos y permanencia.


¿Puede el boxeo seguir bajo un modelo así?


La industria debe elegir entre dos caminos:


1. Mantener el sistema actual:organismos privados, dinero sin control, decisiones discrecionales y peleadores obligados a financiar a quienes dicen regularlos.


2. Exigir un modelo moderno:auditorías, federaciones unificadas, transparencia financiera real, representación de peleadores y límites a los lujos de los dirigentes.

El conflicto con Crawford no es un chisme de redes. Es un punto de inflexión.

El boxeo ha sobrevivido décadas a sus propios vicios.Pero la transparencia no es una amenaza al deporte. Es la única manera de dignificarlo.


Mientras no se respondan preguntas básicas —¿de qué viven los organismos?, ¿cómo gastan su dinero?, ¿quién los supervisa?— el boxeo seguirá siendo un imperio donde los verdaderos reyes no son los campeones, sino quienes les cobran por serlo.



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