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El Enemigo del Boxeador

Por: Aquiles Castañeda Böhmer

Casi cualquier persona que haya visto de cerca el boxeo pudo escuchar las quejas que los peleadores tienen contra sus promotoras, contra las personas que habitualmente les pagan o contra quienes fungen como sus representantes en temas financieros, el dinero es un tema de controversia constante; luego, quizá ellos no lo notan, pero desde afuera, observamos como los boxeadores que logran tener algo de éxito comienzan a rodearse de gente, casi siempre extraños a los que el dinero y la fama les resulta seductor; algunos los llaman “molachos”, como al personaje que acompañaba al “Púas” Olivares y que era interpretado en un divertido sketch de “Los Polivoces”. Los molachos son esta especie de sanguijuelas de las que un campeón del mundo se rodea, los que lo adulan para recibir a cambio algún tipo de beneficio del campeón; algo de dinero, parrandas gratuitas, diversión y en ocasiones, hasta la posibilidad de cargar un cinturón antes o después de una pelea.


Los vicios acompañan a la fortuna, así como los mosquitos se congregan en torno a un foco encendido. Por su inexperiencia, los jóvenes campeones se convierten en presa fácil de casi todo mundo; desconfían de quienes les ofrecen invertir, pero confían en quienes les hablan de lo grandiosos que son y brindan con ellos (a sus costillas). Hace unos días conversaba sobre este tema con un buen amigo, al final de la conversación, cuando me dijo: “Pobres boxeadores, es que todo mundo los roba”, mi respuesta fue: “No siempre las promotoras o los falsos amigos son el peor enemigo de los boxeadores, el principal enemigo del boxeador es él mismo”.

Le conté de mi experiencia, de cuando me tocaba entrevistar a un joven en la época en que apenas comenzaba su carrera y de lo diferente que se comportaba después de ganar algunas peleas y tras recibir la atención de otros medios de comunicación, los chicos casi siempre perdían el piso; cuando yo comenzaba a notar que algo en sus mentes lo hacía creer que eran seres humanos especiales, les decía: “Perdona por molestarte, sé que las entrevistas pueden ser engorrosas para ti, pero son parte de la promoción de tu carrera, además, te aseguro que en un par de años o a lo mucho tres, no nos vas a volver a ver por aquí; las cámaras se irán tan pronto se vaya ese cinturón, entonces serás tú quien nos busque”.

La frase casi siempre funcionaba para hacer reflexionar al peleador, de lo importante que era el contacto con la televisión o con cualquier medio de comunicación. Hoy, tengo la fortuna de conservar la amistad de muchos boxeadores a los que entrevisté antes de su etapa de éxito, durante su etapa de éxito e incluso después de ésta; he visto la forma en la que sus semblantes van cambiando en cada etapa, cómo conversan añorando aquello que ya no son y que no volverán a ser. En esta carrera hay boxeadores que fueron grandes y siguen siendo productivos, pero también hay otros que viven de las limosnas, de la caridad, a los que recordamos con admiración por lo que fueron, pero sentimos pena por lo que son.

El peor enemigo del boxeador es él mismo, no es la fama, no son los amigos, no es el representante ni la promotora, es él mismo, con todos los defectos de un joven que de pronto siente que tiene el mundo a sus pies, que derrocha medianas fortunas en autos, fiestas, amistades y lujos efímeros; todo eso que se va con el cinturón de campeón mundial, igual que se va la atención de la prensa, la radio y la televisión. El peor enemigo de un peleador es su baja autoestima a la que disfraza de ego; afirmando su valor a partir de los aplausos o abucheos de alguien más.


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