"Canelo"-Crawford, el negocio por encima de todo
- redcomarcamx

- 15 ago
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La conversación en torno a la pelea entre Saúl “Canelo” Álvarez y Terence Crawford ha encendido las expectativas mediáticas como pocas veces ocurre en el boxeo moderno. Desde que se anunció, la confrontación ha sido presentada como un “combate histórico”, un choque entre dos de los nombres más sonoros de la última década. La narrativa está servida: el mexicano que domina las divisiones medias y supermedias frente al estadounidense que, tras conquistar todo en el peso wélter, ha escalado posiciones para proclamarse el mejor libra por libra.

Sobre el papel, parece un encuentro entre dos figuras destinadas a encontrarse. Pero si se analiza con rigor boxístico, lo cierto es que este pleito le interesa más a quienes no entienden de boxeo que a los verdaderos conocedores.
La razón principal es evidente: la diferencia natural de peso. Crawford es, en esencia, un wélter de 147 libras que ya hizo un esfuerzo considerable al subir a 154. El supermediano es un terreno extraño para él, un espacio en el que no ha peleado ni probado su resistencia frente a pegadores con la fortaleza física de Canelo. El salto no solo es arriesgado, es antinatural. Mientras tanto, Álvarez lleva años consolidándose en 168 libras, con experiencia incluso en semipesado, donde enfrentó a rivales de alta envergadura. El simple hecho de comparar sus trayectorias físicas convierte este combate en un desequilibrio disfrazado de épica.
Desde el ángulo deportivo, las interrogantes son muchas. ¿Qué tanto puede retener Crawford su velocidad, su capacidad de reacción y su maestría técnica al cargar con más peso del acostumbrado? ¿Podrá trasladar su estilo, que depende de la movilidad, a una categoría donde la fuerza y la resistencia a golpes de poder son determinantes? Y más aún: ¿qué tanto se verá condicionado por la necesidad de adaptarse a una división en la que Álvarez se siente cómodo, fuerte y con mayor experiencia?
Los defensores de la pelea argumentan que Crawford es un genio del ring, un peleador que nunca ha mostrado fisuras, capaz de leer a sus rivales con precisión quirúrgica y de imponer su estilo a cualquier oponente. Sin embargo, la historia del pugilismo está llena de ejemplos donde la calidad técnica se estrella contra los límites del peso. La grandeza no siempre trasciende la diferencia física, y lo que podría ser un duelo entre iguales en otra categoría corre el riesgo de transformarse en una demostración desigual.
El componente mediático explica buena parte de la relevancia del combate. Canelo es, sin duda, el boxeador que más vende entradas y transmisiones en el mundo. Crawford, por su parte, se sostiene en la legitimidad que le da su invicto y dominio absoluto en cada división que ha pisado. Al juntarlos, los promotores fabrican un espectáculo que trasciende la lógica deportiva. El CMB, por ejemplo, le da crédito a la pelea sin dudarlo: si hay algo que le gusta a su presidente es el reflector y el dinero, y esta confrontación es perfecta para ambos. La transmisión vía Netflix y la cobertura global confirman que se trata de un producto pensado para las masas, no para los puristas del boxeo.
El morbo se convierte en el verdadero motor. Ver a Crawford subir al ring frente a un rival naturalmente más fuerte despierta curiosidad en quienes no analizan los matices técnicos. Para el público casual, será “la pelea del siglo”; para el aficionado profundo, será un circo bien montado. En ese contraste se entiende el fenómeno: no importa si la pelea es justa o coherente, lo que importa es que se venderá como una confrontación épica y que los reflectores apunten en la dirección correcta.
Los verdaderos retos de cada uno están en otra parte. Canelo debería enfrentar a David Benavídez, el rival natural, el peleador que representa una amenaza real en las 168 libras por su juventud, alcance y agresividad. Crawford, por su parte, tendría que probarse en 154 contra los campeones legítimos de esa división, consolidando ahí su legado sin necesidad de saltos artificiales. Ese es el camino lógico desde el punto de vista deportivo.
La pelea programada para el 13 de septiembre en Las Vegas, entonces, no responde a esa lógica, sino a la lógica del espectáculo. Es el boxeo en su versión más comercial, donde se sacrifican los fundamentos del deporte para ganar titulares y audiencias globales. Será un show que moverá millones y capturará la atención mundial, pero no dejará respuestas reales sobre la grandeza de sus protagonistas. Para el fanático común, es un sueño. Para el entendido, un espejismo.









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