La subordinación del CMB
- redcomarcamx

- 4 sept
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Mauricio Sulaimán decidió encarar a Juan Manuel Márquez con un calificativo que revela más de su posición que de la crítica que recibió: lo llamó envidioso. Lo hizo porque Márquez, una de las voces más respetadas en la historia del boxeo mexicano, se atrevió a poner en duda las decisiones de Saúl “Canelo” Álvarez, señalando lo que millones de aficionados perciben: que su carrera reciente ha estado marcada por rivales a modo y condiciones hechas a la medida. En lugar de contestar con un argumento sólido, el presidente del CMB optó por lo más fácil: desacreditar a quien piensa distinto.
El problema no es solo la descalificación, sino lo que implica. Sulaimán habla como subordinado de los intereses del Canelo, más preocupado en blindar la figura del peleador que en defender la autonomía y prestigio de un organismo con historia. Cuando un dirigente reduce la crítica legítima de un campeón de época como Márquez a simple envidia, lo que transmite es que el CMB ya no es árbitro, sino parte del equipo de relaciones públicas de un solo boxeador.
Basta revisar los últimos años para entender por qué este episodio no sorprende. Cada vez que Álvarez enfrenta críticas, ahí aparece el presidente del CMB con discursos de defensa inmediata: que si los rivales eran los mejores disponibles, que si las condiciones de peso eran las correctas, que si los cinturones especiales “en honor a México” validaban la grandeza de cada evento. La constante es clara: el organismo se dobla ante los intereses del peleador más rentable de la época.
El contraste con Márquez es brutal. “Dinamita” no necesita de favores institucionales para sostener su legado; lo construyó enfrentando a Barrera, a Morales, a Mayweather y, sobre todo, a Manny Pacquiao en cuatro guerras que definieron una era. Márquez habla desde la autoridad de quien se partió el alma arriba del ring sin escoger atajos. Si él cuestiona la calidad de los rivales de Álvarez, es porque tiene la autoridad moral para hacerlo. Que Sulaimán lo acuse de envidia es, al mismo tiempo, un insulto a su trayectoria y una confesión de debilidad: no hay argumentos, solo adjetivos.
La sumisión de Sulaimán a los intereses de Álvarez no solo afecta la credibilidad del CMB, también erosiona la confianza del público. El aficionado percibe que todo está diseñado para favorecer a un solo peleador, que los cinturones, los rankings y hasta las narrativas se ajustan para alimentar la maquinaria mediática del Canelo. Y cuando el máximo dirigente se comporta como un vocero oficioso, se confirma la sospecha: el mundo del boxeo, o al menos el que depende del CMB, está comiendo de la mano del tapatío.
No se trata de negar los méritos de Álvarez. Nadie llega a ser la figura global que es sin talento, disciplina y carisma. Pero un organismo que pretende representar al deporte no puede actuar como si su misión fuera custodiar la imagen de un solo boxeador. Su función debería ser garantizar justicia, competitividad y credibilidad. En cambio, Sulaimán se rebaja a la condición de porrista institucional, dispuesto a insultar a un ídolo nacional con tal de proteger la narrativa oficial.
La pelea de fondo aquí no es entre Márquez y Álvarez. Es entre dos formas de entender el boxeo. Márquez habla desde el ring, desde la experiencia del sudor y la sangre, recordando que la grandeza se construye enfrentando a los mejores. Sulaimán responde desde la oficina, cuidando al negocio más rentable de su organismo. Y en ese contraste, queda expuesta la jerarquía real: el CMB no manda, obedece.
La historia recordará a Márquez como uno de los guerreros más grandes que ha dado México. De Sulaimán, en cambio, queda la imagen de un dirigente que confundió liderazgo con servidumbre y que prefirió acusar de envidia a una leyenda antes que defender con dignidad la independencia de su institución. Porque cuando un presidente del CMB habla como vocero de un solo boxeador, deja de ser árbitro del boxeo y se convierte en su empleado.
Lo que más le convendría al CMB y a Mauricio Sulaimán es que Canelo colgara los guantes pronto, para dejar de arrastrar el prestigio del organismo en la defensa de un peleador al que se ha subordinado por conveniencia.









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