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Sobre la informalidad y otros demonios

Por: Aquiles Castañeda Böhmer

Hace apenas unos días, tuve la mala fortuna de llevar mi auto a reparar por un golpe que le di en un accidente de tráfico, se trataba de un taller bastante recomendado que, además, me daría la posibilidad de ahorrar unos cuantos miles de pesos en piezas y mano de obra de agencia. Como antes hice otro tipo de reparaciones directamente en el distribuidor que me vendió el automóvil y el resultado en tiempo no fue el que esperaba (me hicieron esperar dos días más después de la fecha de entrega programada) tomar la opción de un taller de hojalatería externo, me pareció una buena idea.


Dejé el auto un lunes por la mañana con promesa de entrega el miércoles de la misma semana, recibí el auto de vuelta más de una semana después, mal reparado y además con una calavera trasera rota, el remedio resultó mucho más caro que la enfermedad; por una razón u otra, pareciera que “lo formal”, es que todos seamos informales, en cualquier clase de compromisos.


¿Te ha pasado?

¿Prestaste dinero que jamás te regresaron? ¿Prestaste equipo, libros o herramientas que aparentemente se esfumaron después de que tu amigo te aseguró que lo regresaría en una fecha determinada? ¿Te agendaron algún vez una cita o una fecha que se pospuso sin razones evidentes? ¿Hiciste un trabajo que te pagaron mucho después de la fecha programada, o peor aún que jamás te pagaron?


Así es, la informalidad es un demonio que nos acecha a la vuelta de la esquina, no solamente en el ámbito personal, también en el terreno profesional, donde el incumplimiento de fechas o promesas, se materializa en pérdidas millonarias.

Solamente en México, el nivel de incumplimiento entre particulares, se calcula en más de un 89%, lo que significa que, estadísticamente, si realizaste un trabajo por el que te deben pagar, si pediste un trabajo por el cual vas a pagar, o prestaste dinero, solamente tienes el 11% de probabilidades de que la fecha, la cantidad pactada y la calidad que recibes en un servicio, sea lo que acordaste en un principio.


Bajo este criterio, los mexicanos somos una de las etnias más informales de América Latina, lo que debería motivar, sin duda, un cambio sustancial en la forma en la que operamos nuestros negocios entre particulares. Las empresas sufren menos del fenómeno de la informalidad, pues han adoptado un método específico para librarse en mayor o menor medida de este mal.


Contratos, pagarés, abogados, fianzas de cumplimiento de contrato, auditorías, anticipos, inmuebles en garantía… en fin, el medio empresarial ha encontrado múltiples alternativas para formalizar prácticamente cada una de sus actividades sustantivas ¿Cómo lograr poner candados a la informalidad entre particulares? ¿Es un tema de falta de fe o desconfianza? ¿Estamos indefensos ante la informalidad de las personas con las que hacemos tratos? ¿Están ellos indefensos ante nuestra propia informalidad? No, si bien, los mexicanos formales no somos mayoría, debemos adoptar algunos de los principios que las empresas tienen, para asegurar que los tratos entre particulares sean menos susceptibles de no concretarse positivamente.


Si eres de las personas a las que les da pena cobrar lo que es suyo, en caso del préstamo que hiciste a un amigo, o del trabajo que realizaste y no te han pagado, piénsalo otra vez, en una negociación, en el extremo opuesto de una persona informal, estas tú a la espera; quizá precisamente ahora estés recordando a más de dos personas que incumplieron con algo que te prometieron, en caso contrario, quizá estés recordando a un par de personas a las que tú mismo incumpliste.


El tema fundamental para ir acabando cada vez más con esa gran brecha entre lo formal y lo informal, es la comunicación honesta, a todos nos puede suceder que los planes que hicimos nos rebasen, sin embargo, comunicar lo antes posible la existencia de un impedimento para el cumplimiento de nuestros compromisos de forma adecuada, nos permite reprogramar un límite, o encontrar alternativas para no incumplir al 100%.

Escuché, alguna vez, de manera casual, de una mesa a otra en un restaurante, a dos empresarios alemanes hablar entre ellos del personal que contrataban para operar sus empresas en América Latina, no me gustó enterarme de que, a los mexicanos, nos ponen hasta el final de una lista en la que prefieren, por ejemplo, a profesionistas de Argentina, Colombia, Perú y Costa Rica; en alguna parte de la conversación uno de ellos dijo:


-Los mexicanos son más informales y deshonestos.-


No pude dejar de entrometerme, me acerqué a ellos explicando que había escuchado la conversación sin querer y que me parecía un punto de vista extremo y hasta un poco racista, luego entablamos una conversación bastante interesante. Uno de ellos explicó el por qué de su concepto, acababa de regresar de unas vacaciones en Cancún, su reservación fue un caos, el hotel le cobró más de lo que había estipulado en un inicio, le robaron la cartera en un pequeño crucero a Cozumel y entre otras cosas, la aerolínea (mexicana) tuvo un retraso de cinco horas sin que alguien pudiera explicarle lo que estaba sucediendo.


Lo entendí, me despedí después de hacer un gran esfuerzo por convencerlos de que no todos los mexicanos éramos iguales, al salir del restaurante, hice un par de transferencias electrónicas, al servicio de televisión por cable, que tenía una semana de retraso y la compañía de mi teléfono celular, con dos semanas de retraso, luego fui a la oficina y terminé un documento pendiente, tenía tres días dándole vueltas, caí en cuenta que es probable que la raíz de la informalidad somos nosotros mismos, estamos tan conformes siendo informales (por lo menos parcialmente) que por lo mismo, también tenemos un alto grado de tolerancia a que los demás sean informales con nosotros.


¿Será? Me encantaría conocer tu punto de vista, me encuentras en Twitter como @AquilesCB



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