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  • Foto del escritorredcomarcamx

Una Joya de Campeón / Por: Mauricio Sulaimán

Mi papá tomó a Ricardo como un hijo propio, y se mantuvo muy al pendiente de todo lo relacionado a su carreraUna tarde se encontraba mi papá en su estudio.

Sentado en su escritorio de madera, miraba hacia el jardín y disfrutaba ver a los colibríes beber miel del aparato que él mismo instaló en esa ventana estilo árabe.

Mientras su mente viajaba y soñaba en tantas cosas que siempre lo mantenían ocupado, sonó repentinamente el teléfono: lo llamó una señora con voz dulce y amable.

“Disculpe la molestia, señor Sulaimán, solamente le deseo hacer una consulta acerca de mi hijito; es peleador y deseo saber si él es bueno, si tiene futuro en este difícil deporte. Su nombre es Ricardo López y lo entrena El Cuyo Hernández”.

Mi papá platicó con doña Ana María y se comprometió a investigar a fondo su petición, por lo que le pidió que le llamara al día siguiente.

Asi sucedió, y las palabras de Don José fueron contundentes: “Señora, platiqué con El Cuyo y con otras personas más de nuestro boxeo, y quiero decirle que su hijo es muy buen peleador, muy disciplinado y tiene mucho futuro”.

Doña Ana le respondió: “Gracias, señor Sulaimán, se lo encargo mucho; cuídemelo, es mi adoración y no quiero que le pase nada”.

Un poco menos de un mes transcurrió, cuando llegó la triste noticia del fallecimiento de la madre de Ricardo López.

Desde ese momento, mi papá tomó a Ricardo como un hijo propio, y se mantuvo muy al pendiente de todo lo relacionado a su carrera. López conquistó el campeonato Continental WBC en Texas y encaminó su carrera en el boxeo.

Una tarde, otra llamada llegó a mi padre; en esta ocasión era don Arturo El Cuyo Hernández.

Con su manera muy particular de hablar, le dijo a mi papá: “Don Pepe, le quiero pedir una favor, ayúdeme a coronar a mi último campeón mundial; yo ya ando muy fregado y no me queda mucho. Ahí está Ricardo López, ayúdeme para que se corone pronto”.

Mi papá se comunicó con los promotores del campeón mundial de la división correspondiente; en ese entonces se le conocía como peso paja, ahora se le llama mínimo.

El campeón era el japonés Hideyuki Ohashi, quien se coronó noqueando a un tailandés y, por consecuencia, aún debía dos opciones; por lo que estaba comprometido a pelear contra quien el promotor tailandés determinara.

Fue así que Sombphop Srisomvongse y Edward Thangarajah contrataron a Ricardo para viajar a Japón. Subió al ring como un total desconocido y el nipón era amplio favorito; inclusive en el segundo round conectó un derechazo salvaje a López, quien asimiló el golpe y siguió con su boxeo fino.

Fue en el quinto cuando Ricardo derribó y fulminó a Ohashi para proclamarse campeón mundial y así obtener el cinturón verde y oro.

Al llegar a México, López fue inmediatamente con El Cuyo, pues él ya no pudo viajar, y así le presentó ese deseado título en un momento altamente emotivo. Pasaron tres semanas y don Arturo falleció.

Así se quedaba El Finito López, una vez más solo y sin rumbo, sin su entrenador y guía de vida, quien lo formó en el gimnasio desde niño.

Mi papá, y en sí toda la familia Sulaimán, lo arropó. Fue en esas largas platicas donde Don José y Ricardo trazaron una meta específica, la cual fue romper el récord de defensas por un campeón mundial en una misma división.

Hubo un proceso de ajuste con el trabajo de Raúl Valdez y Ken Nishide en la esquina de Ricardo, por algunas de sus defensas como campeón, hasta que encontró a quien llegaría a ser su entrenador y esquina por el resto de su carrera: don Nacho Beristáin.

Ricardo tenía una estrecha relación con su familia y equipo de trabajo. Su papá, don Maleno, y su hermano Sergio, quienes se encargaban de la joyería en Tacubaya, estaban siempre cerca del campeón. Raúl de Anda fue inseparable del monarca durante toda su carrera; su primo Ponchito Nava e inclusive el muy querido Chuy Leyva, quien fue peluquero o estilista de él y de todos en el boxeo.

Ricardo López Nava se retiró del boxeo invicto; logró conquistar el récord de defensas consecutivas en una misma división, con 22, siendo la última una en un desempate, en revancha dramática ante Rosendo Álvarez, quien fue el único que lo tumbó en toda su carrera, pero pagó cara esa osadía, pues Ricardo le ganó contundentemente en la segunda edición, siendo la pelea estelar en el Hilton de Las Vegas.

Hoy Ricardo es un exitoso empresario; se gana la vida como orador con conferencias y pláticas motivaciones ante corporaciones e instituciones nacionales e internacionales. También se desempeña como cronista en las funciones de boxeo de Televisa, en Sábados de Box, y es un ejemplo de lo que se puede lograr después de una carrera exitosa en el ring.

¿SABÍAS QUE…?

Pipino Cuevas se convirtió en campeón nacional welter a la corta edad de 17 años, y después conquistó el campeonato mundial a los 18.

ANÉCDOTA DE HOY

Un martes, mi papá fue a desayunar a su lugar favorito del mundo: Sanborns, donde pidió sus huevos divorciados y mucho café.

En ese entonces no existían los celulares, la vida era más amena y la conversación era lo que le daba valor al día a día.

Ahí, mi papá se reunía con los señores Cota, Lamazón, y con quien estuviera en turno para tocar temas específicos; esa mañana llegó un joven con jeans y chamarra deportiva, y fue entonces que pidió poder desayunar a solas con Don José.

Ese joven tijuanense, junto con su promotor, le expresó su deseo de sobresalir en esta disciplina, y buscar el camino del éxito.

Fue en esa mañana cuando Fernando Beltrán inició su largo camino en el boxeo; su peleador: Erik Terrible Morales llegaría a ser un campeón legendario, de lo mejor en la historia de México; al día de hoy, Fernando ha llevado la carrera de 48 campeones mundiales, y todo inició en un martes de café de Sulaimán en Sanborns.



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