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Mantequilla, por siempre mexicano / Por Mauricio Sulaimán


Murió el gran Mantequilla Nápoles, hecho que nos ha causado una profunda pena, tanto a los que conformamos el Consejo Mundial de Boxeo, como a los aficionados, y a los dirigentes del Salón de la Fama de Canastota, Nueva York, que ayer tuvo sus banderas públicas a media asta. Fue uno de los más grandes pugilistas mexicanos de toda la historia, y les digo que mexicano, porque lo fue. Él llegó jovencito a México, procedente de Cuba, y unos años después, cuando conquistó la corona mundial de peso welter, en 1969, el entonces presidente de la República, el licenciado Gustavo Díaz Ordaz, le concedió la nacionalidad mexicana.

Y no piensen que se tardó mucho en hacerlo; un día después de su pelea contra Curtis Cokes, en el Forum de Inglewood, California, y cuando regresaba a esta capital, Mantequilla fue recibido, entre otros, por un servidor público de la Secretaría de Gobernación, quien al pie de la escalerilla del avión le entregó el acta de naturalización firmada por el entonces primer mandatario del país. De Cuba llegó a México unos años antes, en compañía de su apoderado, Cuco Conde, y de su entrenador, Kid Rapidez, para enamorarse de esta tierra para siempre. El viernes falleció, rodeado por sus hijos, nietos y bisnietos, quienes siempre lo cuidaron y admiraron.

Este mexicano, nacido en Santiago de Cuba, tenía 79 años de edad, y es considerado uno de los grandes campeones de la historia en la división welter. Su técnica, velocidad y estilo, además de una personalidad carismática, cautivaron a la afición mexicana, que lo convirtió en uno de sus peleadores predilectos; de hecho, lo hizo desde aquella noche de su debut en la Arena Coliseo, cuando puso fuera de combate a Enrique Camarena. El formidable pugilista había sostenido 21 peleas en Cuba, y aquí empezó a hacer campaña, enfrentándose a los mejores de la época. Hombres como Baby Vázquez, Alfredo Urbina, Kid Anáhuac y muchos más, incluido el estadounidense Langston Carr Morgan, con el que sostuvo varias peleas.

En aquel momento era un peso ligero, y por su calidad enorme, aspirante a la corona mundial de los ligeros, que ostentaba el puertorriqueño Carlos Ortiz. El promotor norteamericano George Parnassus hizo diversas ofertas al isleño, cuyos dirigentes nunca las aceptaron. Pasaron algunos años, José embarneció, adquirió mayor experiencia, y fue dentro del peso welter en donde recibió su oportunidad titular, la cual aprovechó al noquear en 13 rounds al ya mencionado texano Curtis Cokes, al que repitió la dosis en una revancha que tuvo como escenario la plaza de toros México, de nuestra ciudad. José Ángel tuvo una exitosa carrera sobre el trono, venciendo a cuanto clasificado le pusieron enfrente; sin embargo, perdió el título contra Billy Backus, por cortes en las cejas. La revancha tuvo un final lógico: Backus fue destrozado. En la lista de las víctimas de nuestro campeón ingresaron hombres tan ilustres como Emile Griffith, El Colorado López, Horacio Saldaño y otros muchos más. Nápoles, en los últimos años, estuvo becado por don Carlos Slim, y nunca olvidaremos a este gran amigo y peleador de calidad excelsa; tanto que su talento cruzó fronteras, y sus enemigos lo evadían para no arriesgarse. ¿SABÍAS QUE…? Mantequilla, inmediatamente después de ser proclamado campeón del mundo, se dejó caer en la lona del cuadrilátero, abrazando su cinturón del Consejo Mundial de Boxeo, y repitiendo en forma permanente: “Mío, mío, mío…”. ANÉCDOTA DE HOY Era una tarde muy soleada, Mantequilla estaba hospedado en el Hotel Continental del puerto de Acapulco; iba a pelear con Armando Muñiz. Mi papá, desde que lo conoció, le cayó bien, y por ello llevaron una estrecha amistad. Un día estaban en el restaurante y José Ángel se acercó con Don José y le dijo: “Señor Sulaimán, quiero pedirle un favor”, a lo que mi papá le contestó: “Sí, dígame, mi querido amigo…”. Entonces le soltó la petición: “Quiero que sea mi compadre”.

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