El 25 de enero de 2019, la pequeña Ana Lucía, de tres años de edad, sufrió una convulsión cuando se dirigía a su recámara. Sus padres la trasladaron de inmediato al hospital Emiliano Zapata, en Cuautla, Morelos. La niña permaneció tres días en terapia intensiva. El diagnóstico fue: neumonía. Ana Lucía no mejoró. Los estudios mostraban que el nivel de sus plaquetas era ínfimo. Sus padres la llevaron al Hospital 20 de Noviembre, del ISSSTE, en la Ciudad de México. La condición hemática de la pequeña obligó a que se le practicara un raspado de médula. “Aquel fue sin duda uno de los días más tristes y dolorosos de nuestra vida”, dice el profesor Rupprecht. El diagnóstico del Emiliano Zapata estaba completamente equivocado. “Actuaron con negligencia total”, relata el maestro. Los nuevos estudios diagnosticaron una hemopatía maligna: la niña padecía leucemia linfoblástica aguda de estirpe B. Era el 2 de mayo y para los padres de Ana Lucía había comenzado la peor pesadilla de sus vidas. La dieron de alta en el 20 de Noviembre tres meses más tarde. Pero la pequeña se quejaba de dolores en los huesos, y sus padres la veían “extremadamente pálida”. Observo ahora una foto de ella. Sonríe a la cámara con esa luz que solo tienen en la mirada los chicos de su edad. Me duele que sea dolor casi todo lo que ella ha conocido. Me duele escribir lo que sigue. Ana Lucía comenzó a sufrir fuertes dolores de estómago. Sus padres volvieron a trasladarse de Cuautla a Cuernavaca. Llevaban la nota médica de una hematóloga pediatra que ellos mismos habían pagado, así como los exámenes obtenidos en el 20 de Noviembre. “Solo fue otra pérdida de tiempo. No hicieron nada. Debían realizarle un aspirado de médula y no hicieron absolutamente nada”. Desesperados, el profesor y su esposa, la también maestra Rosalba Contreras, denunciaron negligencia médica en redes y en medios locales. “El director del hospital llamó a mi esposa a una oficina y le exigió que bajáramos los tuits si queríamos que mi hija recibiera atención inmediata”, cuenta Rupprecht. La niña fue trasladada nuevamente a la Ciudad de México. Llegó en condiciones de salud precarias. El 15 de mayo se le inició un tratamiento de quimioterapia en el Centro Médico Nacional, donde se le administró el fármaco llamado L Asparaginasa (Laboratorios Pisa). “Habían comprado un lote de mala calidad”, relata el maestro. Ana Lucía, y otras dos menores sufrieron un grave choque anafiláctico. “En el hospital, prácticamente no había con qué tratarla. La lista de carencias era infinita. Teníamos que comprar guantes, gasas, medicamentos que nos llegaron a costar 3 mil pesos. Descubrimos que no había bombas, mangueras: faltaba hasta lo más indispensable”. Por esas fechas, familiares de pacientes con cáncer realizaron una protesta para denunciar la carencia de medicamentos. No había Mextrexato, no había Vincristina, no había Mercaptopurina. Fue el tiempo en el que el secretario de Salud del gobierno de AMLO dijo que los enfermos podían quedarse sin dosis unos días: “No hay ninguna urgencia médicamente”. A resultas del shock, Ana Lucía se volvió alérgica al medicamento. En el hospital no tenían nada que darle. Recomendaron a los padres probar con otra sustancia: Oncaspar. La dosis cuesta 35 mil pesos. Los maestros vendieron un auto, pidieron prestado. A la cuarta aplicación, la niña tuvo otra reacción alérgica. El siguiente medicamento posible, Erwinase, no se vende en México: hay que importarlo y una caja con cinco dosis cuesta 190 mil pesos. La niña necesita 19 dosis: ¡casi 760 mil pesos! Solo quedaba pedir ayuda. La familia solicitó audiencia al director del ISSSTE, al secretario de Salud. Ningún funcionario los escuchó, ninguno los recibió, “aunque ellos son responsables de lo que le pasó a mi hija”. Desde septiembre, Ana Lucía dejó de recibir tratamiento. Lleva cuatro meses en el abandono. En unos días, la familia tendrá que separarse. El profesor Rupprecht, de padre suizo, viajará a Zurich con la niña. Intentará, con ayuda de familiares, obtener un seguro básico para que su hija sea tratada. La madre de la pequeña está imposibilitada para viajar, pues se halla en riesgo de perder su plaza como docente. “No tenemos más dinero, no tenemos nada, y no puede pasar más tiempo —concluye Rupprecht—. Así que vamos a dejar el lugar donde nacimos. Nos vamos de México con dolor, llenos de tristeza. Nos vamos destrozados porque en estos meses hemos visto a otros niños en la mismas circunstancias, y porque, en lugar de cuidarla, este gobierno abandonó a mi hija”. ¿Tendrá algo qué decir el gobierno mexicano? Esperemos que sí.
Con información de AM