De los 0 a los 6 años de edad, los más pequeños necesitan sentirse aceptados, queridos y respetados. Es fundamental que aprendan a trabajar sus emociones para que puedan definir su identidad, su forma de pensar y, en definitiva, el lugar que quieren ocupar en la vida.
Desde el punto de vista de la metodología de intervención, conviene tener presente la teoría del aprendizaje social de Bandura, que pone énfasis en el rol de los modelos en el proceso de aprendizaje. Esto sugiere la inclusión del modelado como estrategia de intervención y poner el acento en analizar cómo los modelos (de los padres, maestros, familiares, compañeros, personajes de los mass media, etc.) pueden influir en las actitudes, creencias, valores y comportamientos de los niños de estas edades.
10 claves para educar las emociones
El adulto debe favorecer una buena práctica de la educación emocional.
Aceptar y permitir el llanto. Permitir expresar, sin prohibiciones, las emociones que sientan los niños. Por ejemplo, tanto si es niño como niña tienen derecho a expresar su tristeza. Así pues, no tendría lugar decirle a un niño “no llores”, pero sí: “si necesitas llorar, llora”. El llanto es una forma de pedir ayuda. Cuando es un bebé puede significar hambre, dolor, enojo, que se ha ensuciado, “quiero que me cojas” o tan sólo “dejadme en paz”. Algunas formas de reprimir las emociones son: “¡no llores!”, “¡qué tontería!”, “ya te pasará, no es nada”, “lo más importante es lo que me pasa a mí, no a ti”.
Lo negativo también es importante. No eliminar las emociones negativas, hay que vivir tanto las emociones positivas como las negativas para un buen aprendizaje emocional. Sentir miedo, angustia, culpa o vergüenza es tan importante como sentir alegría, felicidad, amor o cariño; tanto unas como otras ofrecen un mensaje de la persona.
Las emociones tienen nombre. Enseñar al niño a expresar y a poner nombre a las emociones. Un bebé no tiene palabras para decir las cosas. Su primer lenguaje es el llanto. Cuando aprenda a hablar, si el adulto le ha ofrecido un modelo de aprendizaje emocional basado en la comprensión emocional del niño y de la persona, podrá expresar y poner nombre a sus emociones.
Las emociones son legítimas. Si el niño no es capaz de expresarlas, ya que durante los primeros meses de vida las emociones que se manifiestan son totalmente espontáneas, es importante que cuando llore o se enfade el adulto le permita hacerlo y le ayude a ponerle nombre. Por ejemplo: “te sientes enfadado porque no he jugado como tú querías”. Así como también dar mensajes como: “comprendo que te sientas enfadado, y te sigo queriendo”. Es decir, recordarle que le continuamos queriendo, ya que el niño puede generar significados no correctos, puede interpretar que si nos enfadamos con ellos, o si ellos se enfadan, el adulto les deje de querer. Decirle verbalmente que no es así permite que haga una correcta comprensión y aceptación emocional.
Contemplar el lenguaje emocional a través del cuerpo y la palabra. La alegría se muestra a través de una sonrisa y de un mensaje verbal: “me siento contento”.
Hacer sentir valioso al niño, que es importante y que tanto sus necesidades como su realidad se tienen en cuenta. La emoción es un movimiento que parte del interior y se expresa en el exterior. Es el movimiento de la vida emocional que identifica a la persona.
Los errores son importantes. Permitir que el niño se equivoque y aprenda a ser más autónomo emocionalmente. Cada vez más, el niño irá comprendiendo sus emociones e irá tomando conciencia de sus sentimientos y no necesitará tanto del adulto para poderse calmar.
Socializar en espacios preparados. Preparar espacios para que el niño establezca relaciones sociales sanas. El niño tiene que relacionarse con los demás y desde muy pequeño pueden hacerlo si se le facilita el camino hacia la relación interpersonal, a través de espacios preparados de juego en el que necesite y busque a los demás.
Las emociones se pueden regular. Hacerle comprender que de la emoción no necesariamente debe derivarse un determinado comportamiento, sino que las emociones se pueden regular. Por ejemplo, de la ira no debe derivarse violencia.
Favorecer el aprendizaje y desarrollo de la empatía en el niño. Por ello, el adulto es quien debe ayudar a que el aprendizaje del niño tenga en cuenta la perspectiva del otro, ayudar a comprender sus puntos de vista, sus sentimientos y emociones. Ello contribuirá a la convivencia y relación con los demás.
Con información de serpadre.es
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